El padre Jean-Baptiste Rousseau OMI ha conocido en sus cincuenta y cuatro años de apostolado en Lesotho, África, extraordinarias dichas sobrenaturales. Una de las más consoladoras fue, sin duda, la conversión de Motjeka, un antiguo polígamo.

Un domingo de 1937, este perfecto desconocido va a llamar a la puerta del misionero. Sin vacilar, admitió orgulloso : “Padre, he venido para convertirme. Vea, hace algún tiempo, estando en el campo, encontré un rosario. Vuelto a casa, en la noche tuve un sueño. Una gran señora, vestida de blanco y con un rosario en la mano, se me apareció. Era bella como jamás había visto… Dulcemente me dijo: « Motjeka, hazte cristiano ». Al cabo del tiempo, este sueño me persigue día y noche. He advertido al jefe de mi pueblo. Él me ha permitido hablarte”. El padre le acogió bien y el domingo siguiente, para sorpresa de todos, hizo ponerse este hombre ante todo el mundo y le dio una bendición especial.

Seria preparación
Hizo seis largos años de catecumenado antes de que se concedérsele el bautismo. ¡Piénsalo bien!. Se trataba de un polígamo que tenía dos esposas. La primera debía dar antes su permiso, pues era ella la que había hecho entrar a la segunda en la casa para hacerla sirvienta. Ésta debía dar también su consentimiento y cesar toda cohabitación. Por su parte, Motjeka se comprometía a proporcionar sustento para ésta última y sus cuatro hijos. El catecúmeno permanecerá fiel a todas estas condiciones enunciadas solemnemente en presencia del jefe y de numerosos cristianos. La mejor prueba de fidelidad fue su asiduidad a la oración todos los domingos, durante seis años, incluso teniendo que cubrir una hora y media a caballo la distancia que le separaba de la iglesia.

Hijo de Dios
En 1943, en la fiesta de Cristo Rey, Motjeka Ntlou se convirtió en “hijo de Dios” en el seno de la Iglesia católica. Este día fue de gran gozo para todos, para el padre Rousseau y para los parroquianos de San Francisco. Dos años después de este memorable bautismo, un mensaje llegó de un misionero: “Rápido, padre, Motjeka se está muriendo y desea verte”. El oblato parte sin demoras para llevar los sacramentos a este ferviente cristiano, que le recibe con gozo indecible. Muere al día siguiente. Seguramente “la bella gran dama vestida de blanco” esperaría a la puerta del cielo para acoger su hijo querido

André DORVAL, OMI